jueves, 23 de agosto de 2007

Literatura-lectura




“Una palabra tuya…..”


Mi voz es el resumen de todos los insomnios
Efraín Huerta




Desde antes de nacer la escuchamos. Después viene el llanto que es preludio. Y se inicia el balbuceo cuando ya palpita, cuando se le va dando forma, sentido. Entonces no hay duda, la palabra sabe a leche materna. Luego, se empieza a hablar, a leer y a escribir como un proceso de descubrimiento. Se rebautiza el mundo con cada nuevo hablante.

Hablar es tan natural que solo cuando la disfonía o la afonía lo impide advertimos la necesidad de pronuncias palabras. Se extrañan sus sonidos, se desea comunicar, darse a entender, como cuando se desconoce un idioma y una desesperación escandalosa impide comprender lo que dice el otro o la otra. Es, en ese instante, que se sabe que a la palabra se le ama, se le escoge, se le seduce, se le conquista, se le extraña.

Buscar una palabra es una provocación, elegirla un hecho consumado.

Dar la palabra es compromiso que tiene que ver con el honor, “doy mi palabra”, “empeño mi palabra”, se dice. Y hay que cumplir. Una palabra comprende, aleja, ataca, hiere, acaricia, altera, lastima, invita, toca, recuerda, quema.

Una palabra se siembra igual que en la tierra, por eso hay personas que tienen miedo a la palabra, porque no saben que cosecharán y hablan a media voz o en voz baja o se hacen cómplices del silencio, aunque en sus sueños hablan.

Y hay otras que, por lo contrario, hablan alto, con firmeza, con gusto. Existen, también, los que sufren porque tienen que hablar y se esfuerzan, luchan contra la adversidad, otros no lo intentan. Hay quienes festejan cuando tienen que hacer uso de la palabra.

Se habla con los dioses, con los muertos, con los vivos, con los seres amados, con las plantas, con los animales. No hay vida sin palabras. La humanidad sin lenguaje seria una broma de mal gusto. Dar testimonio oral o por escrito de la existencia es una necesidad desde siempre.

“En el principio era el verbo”, dice el evangelio según San Juan. Es decir, desde el principio era la palabra en la soledad y en los placeres, en el abandono y en encuentro, en la humedad y en la llama, en la duda y en la certeza, en la oscuridad y en la luz, en el odio y en el amor.


En el momento en que los hombres y las mujeres se hablan pueden empezar a amarse. Y si se hablan de más corren el riesgo de alejarse.

Es, entonces, cuando es preciso dejar constancia de algunas historias, y aparece la literatura que cuenta, que relata las emociones humanas, que aprende los instantes, que marca con sus filos.

Así, la realidad se incorpora al libro, y gracias a las palabras se huele el mar, se siente la montaña; brota la rabia ante la injustita, nace la cólera ante la mentira; también las vísceras en el suspenso, se regodean los sentidos; se toma partido, hay complicidad o solidaridad; se escucha el universo, se observa la luna, duele el naufragio, se antoja ser paloma; se hacen presentes los deseos, los ascos; se sufre o se ríe, pero nunca hay indiferencia.

Se traspasan fronteras, se puede vivir en otros mundos desde la cama más íntima; se reciben sorpresas a la menor provocación. Se memorizan versos. Se desea escribir, se desea hablar igual que algún poeta, se desea encontrar la palabra que cambiara la vida. Se anhela escuchar o decir la palabra que remedie la pobreza cotidiana. Se intenta montar una obra imaginaria que haga volar, soñar, creer. Ya se volverá a la realidad, pero reconfortado.

Gracias a la literatura, quedan tatuadas e el lector un sinfín de historias, de frases o personajes porque lo reflejan a él, a sus angustias o a sus deseos. Se vuelve al barro o al cuerpo amado, con sed. Se busca entre sus páginas la palabra que calmará, que salvara.

Y cuando el amor se desborda se convierte en fe, es –en ese instante- que se puede solicitar o declarar, sin temor; “una palabra tuya bastará para sanar mi alma”.


Coplico, 2006.

Escrito por: Lucia Rivadeneyra*



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*originaria de Morelia. Periodista y catedrática de la FCPyS de la UNAM y poeta. Merecedora del Premio Nacional de Poesía Joven “Elías Nandino” por Rescoldos, 1989; Premio Nacional de Poesía “Enriqueta Ochoa” por En cada cicatriz, 1999; Premio Nacional de Poesía “Efraín Huerta” por Robo Calificado, 2003.


Centro de Medios Libres Chihuahua






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