jueves, 6 de marzo de 2008

Qué hacer con la guerrilla



El Estado se puede deshacer de un movimiento armado opositor de múltiples maneras. Las más obvias son la liquidación (asesinato o encarcelamiento de todos sus integrantes y de su “entorno”, desde dirigentes, militantes y simpatizantes reales y potenciales, hasta todos aquellos que pudieran llegar a estar de acuerdo con uno o más de los puntos del programa de la guerrilla) y la rendición: las autoridades políticas renuncian en masa, los empleados que permanecen en las sedes les entregan las llaves a los insurrectos y con ello se termina, de raíz, la guerrilla.

Muchos gobernantes actúan como si sólo existieran esas dos soluciones, pero hay otras, intermedias. Una, nada mala, consiste en ir más allá de la visión estrecha de una legalidad a rajatabla (aplicada sólo contra los opositores) y entender que, más allá de las infracciones a la ley vigente que conlleva todo movimiento armado, hay descontentos sociales, económicos y políticos que no tienen otra vía de expresión que la violencia, y atender entonces las causas profundas que nutren de razones, de combatientes y de discurso a los grupos armados. Antes, después o en el transcurso de las medidas correspondientes, puede tener lugar, en forma paralela, una negociación de paz. O no: tal vez baste con que el gobierno se aplique a corregir desigualdades, injusticias y atropellos ancestrales para que se disuelva lo principal de la base de la guerrilla y a sus líderes no les quede más remedio que retirarse a escribir sus memorias.
A los gobiernos casi nunca les da por ir al fondo de las cosas ni por admitir que a los opositores armados les asiste la razón, al menos parcialmente. Se ha visto que prefieren repartir dinero en algunos sectores populares y armar grupos contrarios a los insurgentes, comprar a los dirigentes con cargos y con admisiones a trasmano al círculo de los selectos (incluso se les permite emparentar con buenas familias) y propiciar la descomposición del movimiento opositor hasta lograr que nadie tenga claro cuál de los bandos en la guerra es más delincuencial.

Generalmente, los poderosos recurren a una combinación de varias de las medidas señaladas. Álvaro Uribe, en Colombia, había venido apostándole a una pinza de exterminio conformada por las fuerzas regulares y por la conversión de sus amigos narcos y paramilitares en potentados electorales con peso propio, en líderes regionales, en cargos legislativos y en un poder creciente dentro del Estado. En esa receta, todo margen cedido a un proceso de paz sería contraproducente, y de allí su empeño en torpedear cualquier negociación con la guerrilla, por embrionaria que fuera.

Pero las cosas no han marchado bien para el presidente colombiano. En el congreso estadunidense han salido a relucir sus viejos vínculos con el tráfico de drogas y poco le han agradecido su esfuerzo por crear en América Latina la guerra bushiana “contra el terrorismo”. Además, y a pesar de las fronteras más bien difusas entre las FARC y la delincuencia común, las primeras siguen siendo una organización arraigada y dueña de un discurso político que encuentra eco en la miseria, en la desigualdad y en la opresión que afectan a buena parte de los colombianos. En esas circunstancias, Uribe empieza a ensayar la solución más insensata de todas las imaginables para acabar con una guerrilla: internacionalizar el conflicto y volverlo una confrontación regional. Por eso invadió Ecuador y por eso asesinó, en ese país, a una veintena de insurrectos, entre ellos el dirigente Raúl Reyes, quien era una pieza fundamental para lograr la liberación de los secuestrados civiles en
poder de las FARC. Es lo que se conoce como una huida hacia delante, y casi siempre resulta desastroso.

Escrito por: Pedro Miguel
Tomado de: La Jornada 04/03/2008
Caricatura de: EL FISGÓN
CENTRO DE MEDIOS LIBRES CHIHUAHUA

El chico superpoderoso


México, D.F., 5 de marzo (apro).- A unos cuantos días de llegar a la Secretaría de Gobernación, Juan Camilo Mouriño ya era apodado “El chico superpoderoso”. Pero un mes después, sus superpoderes ya están minados y su sonrisa de portada de revista del corazón es ahora una mueca de preocupación.

El 16 de enero Mouriño tomó posesión de la Secretaría de Gobernación en lugar de Francisco Ramírez Acuña, quien en un año no logró consolidar las relaciones con los partidos ni agarrar los hilos de la política nacional. Tres semanas después, el político y empresario panista no aguantó la tentación y cometió el pecado favorito de la clase política: la vanidad, el mismo en el que tanto cayó Martha Sahagún el sexenio pasado.

La portada de la revista Quién se la dedicaron y, vestido de un traje “Hermenegildo Zegna”, lució como modelo bajo el título de “El chico superpoderoso” y con el atributo de ser “el galán del gabinete”.

En ese reportaje se le descubrieron sus mayores atributos y facultades extraordinarias: es cliente del los antros de moda; le gusta cantar y bailar la salsa y la cumbia; toma ron; es vanidoso porque nunca se quita el saco para no dejar ver las lonjas de la cadera; nunca deja de asistir a las “cascaritas” de fútbol en Los Pinos y, sobre todo, es amigo de Felipe Calderón.

Su esposa María de los Ángeles Escalante es hija del empresario constructor Eduardo Escalante Escalante, y su padre, Carlos Mouriño Atanes, es dueño del equipo de fútbol español Celta de Vigo, donde el chico superpoderoso nació.

De manera paralela, en otros medios comenzaron también a descubrir sus virtudes de político moderno y de su carrera meteórica –no obstante que sólo ha sido diputado – y, como si fueran logros y no una de sus responsabilidades básicas, destacaron las reuniones de trabajo con algunos representantes de los partidos.

Un mes y medio le duró la miel sobre hojuelas. Los poderes de “Iván”, como le dicen familiarmente, fueron menguados a la primera jugada política. El jugador estrella del equipo “Los Mueganos”, como se dicen los más cercanos a Calderón, resintió de inmediato el cambio de posición. Ya no era el “cazagoles” que jugaba protegido desde la secretaría particular de la Presidencia, sino el guardameta. Y a la primera jugada los goles entraron de inmediato.

El domingo 24 de febrero, Andrés Manuel López Obrador reveló, en un acto en el zócalo capitalino, las pruebas del tráfico de influencias de Moruriño, quien siendo diputado y asesor de la Secretaría de Energía, firmó contratos con Pemex a empresas propiedad de su padre Ivancar y Grupo Energético del Sureste.

La familia Mouriño hizo un negocio de 100 millones de pesos, de los cuales los contratos firmados por el chico maravilla significaron 26 millones.

La cascada de información de los negocios ilícitos del secretario de Gobernación ha caído sin cesar en los últimos días. El último dato es que el suegro de Juan Camilo Mouriño, Eduardo Escalante, recibió en enero contratos de obra pública superiores en monto al que obtuvo todo 2007.

El reportero Diego Osorno, del diario Milenio, acreditó que apenas una semana y media después de que Mouriño llegó a la Secretaría de Gobernación, su suegro dueño de la Constructora Escalante S. A. de C. V., ganó contratos por más de 299 millones de pesos de la Secretaria de Comunicaciones y Transportes.

Hasta el momento, el gobierno federal no ha desmentido esta información ni la expuesta por López Obrador. La respuesta de Mouriño al perredista fue sibilina, sin fuerza: es “mezquino y doloso”, como si con descalificaciones pudiera borrar las pruebas.

A nivel político, difícilmente el secretario de Gobernación podrá reponerse de este golpe certero porque ha mermado su calidad de interlocutor. Quizá legalmente encuentren un artificio para salir del escollo, pero desde la opinión pública Mouriño no tiene el crédito necesario para encabezar las negociaciones más importantes del gobierno calderonista.

Seguramente, es por esto que la secretaria de Energía, Georgina Kessel, es ahora la encargada de las negociaciones de la reforma energética y no el secretario de Gobernación como en un principio se hizo.

Esta decisión muestra que, para Felipe Calderón, su amigo Iván se transformó, por lo menos en este momento crucial, en un lastre más que en una salida al problema que le representa sacar la reforma energética.

Y, paradójicamente, para el dirigente del PAN, Germán Martínez, es una oportunidad para mostrar su fortaleza política al encabezar la estrategia de reparación de daños y anotarse un punto importante en la carrera presidencial.

Cuando Mouriño estuvo en la secretaría particular de la Presidencia, lo compararon con José María Córdoba, el poderoso asesor de Carlos Salinas de Gortari. Después, cuando llegó a la Secretaría de Gobernación, por su edad hubo quien lo comparó con el general Lázaro Cárdenas, quien hasta hoy sigue siendo el político más joven en llegar a esa dependencia.

Hoy, esos superpoderes empiezan a desvanecerse y el amigo de Calderón comienza a tomar su estatura y eso, para los adversarios políticos del PAN y del gobierno, es muy favorable, pues tendrán enfrente a un interlocutor frágil, débil y expuesto al descrédito. El problema para Calderón será cuánto tiempo lo sostendrá y a quien pondría si su carta política más fuerte ha quedado evidenciada en la mesa del juego político.

Escrito por: José Gil Olmos
Caricatura de : EL FISGÓN
Tomado de : http://www.proceso.com.mx/
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