En 2006 escribí en estas páginas un artículo que llevaba el mismo título que el de hoy. No lo he modificado por falta de imaginación, sino porque Oaxaca como México bajo la presidencia de Felipe Calderón sigue siendo idéntica a la Oaxaca de Vicente Fox. Aunque en México continuidad es sinónimo de mediocridad, la falta de visión política, de aplomo y de movimiento hace que Calderón sea más responsable que su antecesor.
Oaxaca como México en los tiempos de Calderón duele y preocupa. A la carga negativa y nefasta de la Oaxaca que nunca supieron ni comprender, ni manejar el licenciado Vicente Fox y la señora Marta Sahagún, debe agregarse la incapacidad del equipo del nuevo gobierno para resolver la situación: desde que asumieron la Presidencia, en Oaxaca todo sigue igual, salvo porque los atropellos cometidos por las autoridades alarman cada vez más a organizaciones internacionales.
La Comisión Interamericana de los Derechos Humanos (CIDH) expresó "... su profunda preocupación por los hechos de violencia acaecidos en los últimos meses en el estado de Oaxaca, México, en el marco de la celebración de la festividad tradicional Guelaguetza Popular, y lamenta que como consecuencia hayan resultado personas heridas. La CIDH ha recibido información acerca de las personas que habrían sido detenidas presuntamente por fuerzas policiales, entre las que destacan menores de edad, de las cuales se ignora su paradero". Es decir, Oaxaca como México. Es decir, Calderón como Fox. Es decir, más vale conservar los pactos con el gobernador Ulises Ruiz que finiquitarlos. Es decir, México ante el mundo a través de las golpizas que la policía de Ruiz propina a la disidencia oaxaqueña.
¿Y por qué? ¿Y por qué tolerar tanta represión en un país que se anuncia no represor? Si bien todas las especulaciones son válidas ante la cerrazón del gobierno federal por detener las vejaciones, la síntesis es una: muchas historias malolientes y demasiados pactos deleznables se tejen entre el gobierno federal y la representación del estado de Oaxaca. A las observaciones de la CIDH deben agregarse las de la Comisión Civil Internacional de Observación por los Derechos Humanos, organización que solicitó, desde al año pasado, respeto a los derechos civiles y humanos de los oaxaqueños.
El menosprecio hacia ambas instancias ha sido inmenso: en días recientes se enfrentó la policía de Ulises Ruiz con los integrantes de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO). El saldo del choque viaja por el mundo con la bandera de México: 60 detenidos (las cifras oficiales hablan de 40, por lo que, mientras escribo estas líneas, hay 20 desaparecidos) y decenas de heridos, entre ellos, en situación muy grave, Emeterio Merino Cruz. Es decir, como cuando Fox y Ruiz.
¿Y por qué no se le solicita a Ulises Ruiz que renuncie? O sabe demasiadas cosas acerca de los gobiernos federales con los que ha compartido su ejercicio, o poco importa que sigan apilándose heridos y muertos, o, quizás, la respuesta más viable es que ambas conjeturas sean ciertas. ¿Y por qué Felipe Calderón no se compromete con la ciudadanía y aclara los asesinatos de los activistas de la APPO y de maestros registrados en 2006, así como todos los sucesos de violencia, torturas, detenciones arbitrarias y violaciones que conforman el panorama oaxaqueño? Es probable que el presidente Calderón no pueda remover a Ruiz porque comparten compromisos no escritos e historias turbias, una de ellas: la de la maestra Elba Esther Gordillo.
En el artículo del año pasado escribí un párrafo que no es del año pasado: es de siempre. Por su triste atemporalidad lo modifico un poco y me autoplagio: "Pobres de quienes sabemos que en México, en estos momentos, y entre nuestra ralea política, prevalece lo que Martin Scorsese denomina la zona cero de la ética. En su película Infiltrados, uno de los personajes pregunta: 'Si a un niño le consultan si de mayor quiere ser policía o ladrón, la respuesta debería ser: '¿cuál es la diferencia?' En el léxico del México como Oaxaca que viaja por el mundo, la respuesta es: 'Si a un niño oaxaqueño pobre le preguntan -si acaso no muere o lo matan antes-, si quiere ser policía, político, presidente, gobernador o ladrón, la respuesta debería ser: 'ladrón'".
Cada vez estoy más convencido de que la impericia, la falta de sensatez y la incapacidad que ha mostrado a México ante el mundo para resolver conflictos como el de Oaxaca, el de Atenco, el de Chipas y el de las desaparecidas de Ciudad Juárez nos retratan como una nación donde la zona cero de la ética es constante y realidad.
Escrito por: Arnoldo Kraus
Tomado de: La Jornada 25/07/07
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