lunes, 27 de agosto de 2007

La democracia ilusoria



La democracia ilusoria

“Es necesaria una ciencia política nueva a un mundo enteramente nuevo.”
Alexis de Tocqueville


La democracia, ese concepto mediante el cual hoy se invade, se bombardea o se conforman listas negras, esa palabra sacra a las puertas del Tercer Milenio, ese término que parece cargar sobre su viejo lomo todos los excelsos poderes de la modernidad, no puede presentarse en modo alguno como un dogma. Desde que surgiera en la mítica Atenas ha resultado teoría y praxis cambiante, hoy vapuleada, mañana henchida de flores, ora cubierta de ciertos ropajes, más tarde ataviada por otros. Se trata en esencia de un corpus dialéctico históricamente condicionado que las luchas sociales han conformado en un muy largo proceso de devenir histórico; ahí están los hitos en la democracia esclavista del mundo grecolatino antiguo; en la Inglaterra del siglo XII a la Revolución gloriosa y aún posterior; en la independencia de los EE.UU. de Norteamérica y la historia subsiguiente de esa nación; en la Francia revolucionaria de 1789 al agitado siglo XIX. Desde esos odres nos llega la mixtura. Las revoluciones burguesas que echaron por tierra a las monarquías feudales y entronizaron al capitalismo produjeron una teoría (filosófica, jurídica y política) que junto a los hechos que en ellas acaecieron levantaron las bases de la democracia contemporánea. Los últimos dos siglos han resultado escenario de cambios significativos en función de extender cada vez más esas bases. Apenas en el siglo XX se logró el sufragio universal y se promulgó la Declaración Universal de Derechos Humanos. Sin embargo, los cánones resultantes de ese largo vía crucis devienen hoy para la mayoría de los que detentan el poder en el mundo sacros dogmas de non plus ultra. Para el capitalismo del siglo XXI el camino iniciado en Atenas llegó a su fin, la democracia está ya conformada, cesó la dialéctica, es el fin de la historia, lo que hoy se reconoce como democracia debe ser así reconocido ad aeternum. La democracia se erige (como un día anunciara Marx acerca de la mercancía) fetiche. Es password que abre sésamos, terapia para todos los males, mantra repetido en pases de rabdomancia por los gurúes de la alta política. La humanidad, sin embargo, demanda un movimiento que, asumiendo el derrotero de la democracia, sus conquistas innegables, sus logros irrenunciables, salte a un estadio donde al demos no se le arrulle con cánticos ilusorios, donde ejerza, cada vez con mayor oportunidad y profundidad, el kratos. En un mundo en el que el capitalismo desarrollado emplea estrategias de dominación que llegan mucho menos desde la coerción que desde instrumentos conformadores de hegemonía cultural, política e ideológica las tesis de Gramsci acerca de la contrahegemonía cobran especial vigencia. El capitalismo desarrollado pretende sustentar el consenso sobre tres pilares fundamentales: “la ilusión democrática” (sufragio universal, partición de poderes, representatividad, pluripartidismo, libertades individuales, supuesta igualdad ante la ley, supuesto autogobierno); el “mercado” (consumo, trabajo, nivel de vida, poder adquisitivo, de ciudadano a consumidor) y el “dominio mediático” (creación de poder espiritual a través de un ordenamiento ideológico, informativo, cultural, ético). No pocas veces en la historia se ha elevado una ilusión a categoría de dogma. El capitalismo desarrollado lo hace ahora con la democracia. El estudio pormenorizado de la vía crucis de la democracia puede proveer claves suficientes en función de facilitar el habeas corpus de la ilusión. El objetivo: desenmascarar el dogma, sostener la demanda, nunca utópica, siempre justa, de que el Sr. Grullo se abstenga del espejismo de la ilusión y de la aparente falta de alternativas que supone el dogma. Y que el pueblo, hacedor de la historia, exija sus verdades.


Continua...


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Escrito por: Rafael de Águila

Tomado de: La Jiribilla / La Habana

Centro de Medios Libres Chihuahua

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