José Alejandro y María Concepción
Lo mataron a balazos. Lo asesinó un agente de la Patrulla Fronteriza en El Paso, Texas, el pasado 8 de agosto. Al momento de su muerte, el mexicano José Alejandro Cruz tenía 23 años de edad. Era obrero de la maquila. Su “delito” fue no tener papeles y reclamar la liberación de una mujer, a punto de ser deportada, que la guardia tenía detenida.

Los agentes de migración quemaron las pequeñas chompas en las que acampaban los indocumentados mientras les disparaban armas de fuego para evitar que huyeran. Los detenidos fueron golpeados y sus escasas propiedades hurtadas.
Después de no comer durante cuatro días, un hondureño murió ahogado cuando se metió a la laguna para tratar de pescar. Infructuosamente había tratado de entregarse al Instituto Nacional de Migración. Dos mujeres que se bañaban en una poza fueron encerradas, desnudas, en una celda.

Una de esas personas solidarias y generosas es María Concepción Moreno Arteaga. Nacida en Epigmenio González, municipio de Pedro Escobedo, cerca de las vías del tren, madre soltera de seis hijos a los que sacó adelante sola, de 47 años, analfabeta, habitante de una choza de madera sin servicios, dedicada a lavar y planchar ropa ajena, cuenta: “Yo sentía tristeza de ver cómo llegaban... sin ropa, pidiendo agua. Juntando su dinerito para venir por acá. Y les daba un taco o agua, ni modo de negárselo”. Irónicamente, en lugar de ser apoyada por su labor altruista, está presa desde hace dos años. El 9 de marzo de 2005, elementos de la Agencia Federal de Investigación (AFI) la detuvieron acusándola de tráfico ilegal de personas, por dar de comer a seis indocumentados centroamericanos que tocaron a la puerta de su casa. Ella recuerda ese día: “estaban sentadillos afuera en lo que yo les preparaba un taco. Ni tiempo me dio porque llegaron ésos, los de la AFI, y nomás ‘está detenida, vámonos’. Les dije: ‘pues enséñenme un papel. Yo no sé nada de leyes porque nunca he tenido problemas. Dígame qué delito he cometido’. ‘Por los indocumentados (le respondieron), por pollera”’.

No importó a las autoridades que durante un careo con el presunto pollero éste declarara no conocerla y que se trataba de una confusión. El le aseguró a la secretaria del juzgado: “No, no es. Están confundiéndola”. Consternado, abrazó a la señora Moreno, se puso a llorar, y le dijo: “Dispénseme, señora, disculpe. Usted no es y mire cómo está aquí”.
En la cárcel María Concepción fabrica etiquetas para ropa. Los 30 pesos que recibe los utiliza para comprar jabón y papel higiénico. Sus hijos difícilmente la visitan, pues no tienen dinero para el transporte. Sufre para comunicarse con ellos porque no tiene para comprar tarjetas telefónicas. Cuando logra telefonearles es porque pide a otras reclusas que marquen los números. Ella no sabe.
El Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez ha tomado en su manos el caso. Interpuso un amparo en contra de la resolución que confirma la sentencia y la reivindica como defensora de derechos humanos injustamente presa.
María Concepción Moreno Arteaga es una de los más de 500 presos políticos que existen en México. Es la demostración de que la justicia mexicana convierte a defensores de derechos humanos y dirigentes sociales en delincuentes. Es la muestra de la grave crisis por la que los derechos humanos atraviesan en el país.

En su frontera sur, el gobierno mexicano hace el trabajo sucio a la administración de Bush. Se ha vuelto su policía: mete a la cárcel a quienes prestan ayuda a los migrantes, mientras sus gendarmes se ceban sobre los indocumentados centroamericanos.
Escrito por: Luis Hernández Navarro
Tomado de: La Jornada
Centro de Medios Libres Chihuahua
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