Pongo entrecomillado el título porque no es mío, corresponde a un artículo que Enrique Krauze publicó en el periódico Reforma el 6 de mayo del presente año. En ese artículo, Krauze se lamenta de la incomprensión de la izquierda hacia Octavio Paz y jura y perjura, como suele decirse, que Paz siempre estuvo deseoso de entablar un debate de altura con la izquierda, pero ésta siempre lo esquivó. Paz, dice Krauze, vivió decepcionado por esa actitud de la izquierda. Conozco a Krauze desde hace más de treinta años y, aunque no nos frecuentamos, siempre lo he considerado un amigo. Su respeto hacia mí ha sido irrestricto como el mío hacia él. Pues desde que lo conozco, en las contadas veces en que nos hemos visto, todo el tiempo me ha soltado el mismo lamento.
Siempre le dije a mi amigo liberal que eso no era cierto, que los que nunca habían querido un debate de altura habían sido Paz y él. Y tengo muchas pruebas de ello. En 1967 publiqué un ensayo teórico, "Sociedad y Estado en el mundo moderno", en el que me pronunciaba por un Estado democrático y respetuoso de las libertades humanas. En uno de mis primeros encuentros con Krauze le pedí que lo leyera (ya estaba publicado en un libro de ensayos que salió en 1974). Jamás supe si lo leyó. Le dije, además, que se lo propusiera a Paz. Nunca supe nada. Un amigo mío me dijo que José de la Colina, quien corrigió mi primer librito, La formación del poder político en México (1972), le llevó a Paz mi libro La ideología de la Revolución Mexicana (1973). El lo vio y, en medio de una sonora carcajada, dijo: "Pero qué idea tan peregrina: 'ideología', ja-ja-ja, 'de la Revolución Mexicana'". Acto seguido se lo devolvió a De la Colina y le dijo que no tenía tiempo para leer tonterías. Confieso que no sé si será cierto porque yo a José de la Colina nunca lo he tratado, excepto cuando me dio sus correcciones.
Se lo conté en otra ocasión a Krauze y me dijo: "¡Ah qué Octavio!, je-je, así es él, ¿sabes?". Octavio Paz no quería discutir con la izquierda. Tenía un concepto de la izquierda muy propio y muy conveniente: para él era el conjunto de los seguidores del Partido Comunista soviético, de Castro o de Mao. No sabía que había un pensamiento de izquierda, marxista, que era diferente. Ese pensamiento a él no le interesaba. Quería un enemigo a modo y era a ése al que siempre estaba retando. Probablemente le habría encantado que Leonid Brehznev o Fidel Castro se dirigieran a él y lo invitarán a polemizar como él quería, probablemente en la Plaza Roja o en la Plaza de la Revolución. Cuando Paz se convirtió en estrella de la televisión con sus magníficos y muy ilustrativos programas jamás abrió las puertas a una polémica como él decía que quería con la izquierda.
La única vez que Paz polemizó con un exponente de la izquierda y de su mismo nivel fue cuando, en la revista Proceso, interpeló a Carlitos Monsiváis por lo que escribía en su divertida columna "Por mi madre bohemios". Monsi le respondió muy adecuadamente y la discusión se prolongó por varias semanas. Mi amigo lo puso parejo, como se dice, y no le dio cuartel. Paz se vio siempre acorralado y en una ocasión oí decir a Monsi que él le iba siempre a contestar cada vez que abriera la boca. "Yo no seré el penúltimo que hable", dijo. Y así fue. Paz se retiró a sus cuarteles y nunca más volvió a discutir con un izquierdista. Pero no dejó de decir que la izquierda no quería discutir con él y se dijo "decepcionado", como lo apunta Krauze.
En una ocasión, habrá sido en 1966, Gerardo Unzueta me llevó a las oficinas de Prensa Latina, muy cerca de Paseo de la Reforma, donde, por cierto, conocí a Renato Leduc y, platicando con él y otros, Gerardo nos leyó una carta dirigida a Paz, en la que le proponía polemizar sobre el comunismo, como doctrina, y sobre el sistema socialista mundial. Era, según recuerdo, una carta muy decente, comedida, en la que mi amigo comunista le decía a Paz que lo admiraba, por su gran poesía y su magnífica ensayística, y lo retaba a que polemizara con él sobre los temas que le preocupaban sobre el papel de la izquierda en la historia moderna. Si Gerardo me lee, no me dejará mentir. Renato Leduc, le dijo: "¡Uhm! Ese cabrón infatuado, jamás te va a contestar".
Yo también polemicé con mi amigo liberal. Cuando, allá por 1980 se publicó aquel librito Historia para qué, en el que yo había colaborado y, también, el maestro de Krauze, Luis González y González, escribió una verdadera diatriba en la que nos acusaba de ser historiadores "estatistas" (historiadores wigh, fue su expresión). El tory Krauze alertó a la ciudadanía mexicana sobre los peligros que el libro representaba, pues se habría dado a leer en las preparatorias y en las universidades haciendo oficiales los puntos de vista (muy diferentes, por cierto) que nosotros expresábamos en nuestras colaboraciones. Yo le respondí en un largo artículo que se publicó en el suplemento Sábado, de Unomásuno, el mismo en el que él había publicado el suyo, para decirle que nuestro libro no era lo que él pensaba y que si quería discutir con cada uno de nosotros lo hiciera y no nos acusara de "estatistas". Krauze me contestó, pero no refutó ni uno solo de mis argumentos y hasta me dijo que estábamos de acuerdo en muchas cosas, así que ya no le respondí. Luego, en una cena, me dijo que habría valido la pena reeditar la polémica. Yo le dije que cuando quisiera. Nunca ha vuelto al tema.
Krauze, por elección propia, se ha convertido en un señalado vocero de la derecha, si bien él prefiere que se le llame liberal. Quisiera decirle a mi amigo liberal que no es el único y que hay muchos que han luchado por la libertad probablemente más y, sobre todo, más peligrosamente que él. No tiene por qué seguir diciendo que los izquierdistas no apreciamos la libertad y que todos somos autoritarios y estalinistas. Tampoco tiene por qué seguir exigiéndonos a todos que nos arrepintamos de lo que hicieron los dictadores comunistas. Eso es estúpido. Yo qué carajos tengo que ver con el muro de Berlín o con los campos del Gulag. Aparte de porque es liberal, sospecho que Krauze tiene otra razón para ser derechista. En una ocasión (y luego lo dijo también en público) me confesó que quería ser un intelectual, pero que no quería depender de nadie y por eso se había dedicado a hacer negocios y a hacer dinero. Hoy es muy rico. Siempre recordé a Hank González, para quien un político pobre es un pobre político. Para Enrique Krauze un intelectual pobre deber ser un pobre intelectual (¡Puta!). La verdad es que conozco muy pocos que se hayan hecho ricos y no por ser intelectuales.
Escrito por: Arnaldo Córdova
Tomado de: La Jornada 1/07/07
Centro de Medios Libres Chihuahua
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