EL PRD: PROYECTO POLÍTICO AGOTADO
Militancia y sociedad sin opción de izquierda
El X Congreso Nacional Ordinario del PRD confirmó lo que se sabía de tiempo atrás: el proyecto político del PRD está irreversiblemente agotado.[1] Se revalidó la tesis de que ha sido sustituido por una máquina electorera y que sus diversos liderazgos han reducido su qué hacer a dirimir la disputa interna por la propiedad de la franquicia para mercantilizar el poder y administrar el financiamiento público.
Eso quiere decir que ni sus militantes-simpatizantes de base y la sociedad (sobre todo el sector no conservador) no pueden esperar ya nada con respecto a la real representación, defensa y promoción de sus intereses, a través del PRD.
Disputa entre conservadores
Durante dicha coyuntura (y desde antes) se diseminó la idea de que se enfrentaron (y se enfrentan) una opción radical contra otra moderada.
A nuestro juicio, en este punto resulta crucial la siguiente precisión: en realidad, se trata de la confrontación entre dos opciones diferenciadamente conservadoras que se proyectan externa e internamente con métodos políticos distintos.
Tal precisión es crucial porque sólo desde esa lógica se sostiene la tesis principal: el agotamiento del proyecto perredista como alternativa para su militancia y la sociedad, toda vez que una y otra abonan al fortalecimiento del adversario estratégico: la derecha en sus diferentes expresiones.
Legalidad y legitimidad de Felipe Calderón
Un elemento esencial de la disputa entre ambas fuerzas ha sido (y será) la posición que debe adoptarse frente a Felipe Calderón: si se reconoce o no su investidura y su gobierno.
En principio, el dilema se enreda porque la Alianza por el Bien de Todos fue incapaz de demostrar que, en cualquiera de su vertientes (directa o tecnológica), hubo fraude electoral, lo cual equivaldría a concebir el proceso como ilegal y, por tanto, a luchar denodadamente por el reconocimiento del hecho y el restablecimiento de la legalidad.
Es decir, el crimen pudo haber sucedido, pero la defensa no tuvo la capacidad de demostrarlo dentro del marco legal que aceptó al jugar; y por tanto, no estuvo en posibilidad de exigir el cabal cumplimiento de la justicia. En este sentido, mientras no se demuestre lo contario, Felipe Calderón obtuvo legalmente el triunfo, lo cual convierte en legal su investidura y su gobierno.
Pero por otra parte, lo que indudablemente no está en tela de juicio es que el marco legal vigente en materia electoral es en extremo imperfecto, al grado de que permite indebidamente la intervención de poderosos agentes que, en una verdadera democracia, debieran ser acusados y castigados por violadores de la ley. En este sentido, es un hecho que la intervención (guerra sucia) de dichos agentes, inclinó la balanza a favor de su alfil, por encima de la voluntad ciudadana.
Este crimen sí está fehacientemente reconocido (incluso por el más alto tribunal en la materia) y demostrado, pero resulta que la ley no lo sanciona. En este sentido, la investidura y el gobierno de Felipe Calderón, sin duda carecen de legitimidad.
Entonces, resulta que se trata de una investidura y un gobierno formalmente legales pero realmente ilegítimos.
¿Cuál debiera ser, entonces, el posicionamiento de quienes resultaron afectados por una marco jurídico que generó un proceso desequilibrado y, por tanto, antidemocrático, pero al mismo tiempo formalmente legal?
A nuestro juicio, el dilema se resolvería reconociendo la incapacidad propia de remontar los ángulos viciados de ese marco legal (sobre todo porque dicha posibilidad era realmente existente), en gran medida resultado de múltiples errores (estratégicos, tácticos, de alianzas) más que visibles a la luz pública, pero al mismo tiempo enviando el mensaje a la sociedad, a Felipe Calderón y al PAN, de que existe una ilegitimidad indiscutible de origen que, de algún modo, debe ser reparada, toda vez que más allá de los errores propios, aún cuando graves, fueron esos actos ilegítimos, propiciados concertada, alevosa, abusivamente, los que definieron el cerrado resultado final. Y este es límite que, de ningún modo, un perredista debiera obviar.
Pero el caso es que, Nueva Izquierda y sus aliados están más que dispuestos a obviar semejante hecho, aún cuando con ello salga perdiendo el avance democrático del país y se pongan en riesgo los intereses de la mayoría de los mexicanos. Desde el interés nacional, histórico, de acuerdo con los principios democráticos más elementales, desde una lógica básica de izquierda, este sería un extremo inadmisible.
La tesis de reclamar hasta el final la ilegitimidad de la investidura y del gobierno de Felipe Calderón, no debe sin embargo, inducir a paralizar la acción política de los representantes populares (congresionales o de gobierno) alineados con la Alianza por el Bien de Todos (ahora Frente Amplio Progresista –FAP), sino de establecer con toda claridad sus objetivos y parámetros. Ello es así, entre otras razones, tan solo por la correlación de fuerzas realmente existente después del 2 de julio de 2006. Caminar en otro sentido, sería el otro extremo inadmisible.
Es decir, si de ninguna parte se quiere hacer el juego al adversario, la “salida” a la contradicción interna, sería un doble mensaje: un país democrático no puede admitir que intervenciones indebidas generen autoridades ilegítimas, pero al mismo tiempo que se lucha por hacer justicia y reparar el daño, se establece el compromiso de hacer valer la representación propia, obtenida legal y legítimamente, impulsando las propuestas que se consideren convenientes, siempre y cuando no contradigan el carácter ilegítimo de la investidura y del gobierno de Felipe Calderón. Y mucho menos que avalen iniciativas (jurídicas o de políticas públicas) que atenten contra el interés de los electores a los que se representa directamente y que atenten contra el interés nacional.
Conservadores radicales VS conservadores moderados
Resulta obvio que tal contradicción interna no será positivamente resuelta, debido a que, precisamente, ambas expresiones pasan por alto el interés de quienes los eligieron tanto como el nacional en general. El principal elemento de su conservadurismo político es su limitada y sectaria cosmovisión, amén de su conservadora cosmovisión programática y su vocación antidemocrática.
El radicalismo y la moderación en la acción política no son propiedad de nadie. Es decir, lo mismo puede ser radical o moderada una expresión de derecha que una de izquierda. Y la pertinencia de ambas la determina no una proyección principista, sino la situación concreta. A su vez, tales conceptos pueden ser confundidos con otros: fundamentalista, tajante, drástico, extremista, contundente, revolucionario, entre otros, en el caso del radical; templado, sensato, reflexivo, cuerdo, juicioso, suavizado, ablandado, pusilánime, reblandecido, entre otros, en el caso del moderado.
¿Cuál de estos conceptos “retrata” debidamente a AMLO y sus huestes? ¿Cuál a Nueva Izquierda y sus aliados?
Nueva izquierda et. Al.
Aunque se hará posteriormente de manera desplegada, las “claves” del conservadurismo político de AMLO son muy conocidas: una oferta programática “decimonónica” (Proyecto Alternativo de Nación), un autoritarismo antidemocrático y recursos “primitivos” de acción política.
En cambio, la “codificación” del conservadurismo de Nueva Izquierda es “menos asible”, sobre todo para quienes desconocen al PRD por dentro. He aquí algunas de las principales claves.
La mayoría de los analistas políticos coinciden en señalar que, desde hace años, desde el origen, Nueva Izquierda ha sido la expresión sectaria más capaz (no la única) en el intento de asumir progresivamente el control político del aparato político perredista, desde una lógica burocrática, hasta lograr ser ahora la mayoría absoluta (ya no la minoría mayor). Ciertamente, no se refieren a la más avanzada en términos del pensamiento y la acción política de izquierda, sino a las más “congruente” en el logro de ese objetivo. De hecho, es la única secta interna que no ha experimentado “disolvencias” extremas.
Nueva Izquierda: ¿oposición o contraparte?
La clave principal es que entre los líderes más destacados de Nueva Izquierda existe la conciencia explícita de que no es su objetivo conquistar el poder político del país, de obtener el gobierno nacional, sino negociar en su beneficio con sus contrapartes externas esta decisión crucial. Es decir, no se asumen como oposición sino en realidad como contraparte de quienes detentan el poder. Las contrapartes (PAN, PRI, poderes fácticos) siempre han sabido eso y actuado en consecuencia, “retribuyéndoles” con lo que sea necesario para su fortalecimiento al interior del PRD, de manera que orienten su acción hacia los derroteros y los límites “debidos”.
Es por esa razón que Nueva Izquierda nunca escenifica un debate serio y a fondo por la orientación y el contenido programático de la oferta política perredista, sino una lucha a muerte por el contenido de los estatutos que establecen las normas para la representación y el control del poder interno. Es decir, básicamente (“realistamente”) asumen en los hechos, como imbatible, la oferta programática (la “modernidad conservadora”) de sus contrapartes externas, “disputando” discursivamente su barniz social, pero al interior del perredismo desatan un activismo compulsivo, capaz de alcanzar cualquier extremo, con tal de avanzar incesantemente en el objetivo de obtener mayor poder político. Su flexibilidad externa contrasta con su inflexibilidad interna.
¿Partido VS movimiento social?
Otro elemento clave para entender la forma de proceder de Nueva Izquierda, es que ningún movimiento social verdaderamente independiente, autónomo y de masas puede tener existencia real al margen y, menos aún, por encima del Partido, tanto porque eso debilita o cuestiona su relación con las contrapartes externas, como porque crea liderazgos peligrosamente competitivos.
El hecho de que puedan “demostrar” que los “promueven” o “apoyan” no contradice lo dicho, si analizamos su lógica profunda. En el caso de la “promoción” de demandas sociales “incómodas”, a través de cómodos “movimientos sociales”, generalmente son juegos de valores entendidos con las contrapartes, en donde el sujeto demandante es “desechable”, a cambio del “cumplimiento de su demanda” e ignorante de la “cosa” verdaderamente negociada, cuidando siempre el “acuerdo de caballeros” y la imagen pública.
Más delicado aún es cuando los cuadros de Nueva Izquierda son pactadamente infiltrados en movimientos sociales verdaderos con demandas auténticas, toda vez que su objetivo es “intimar” con el sujeto social para conocer sus “secretos” que luego son revelados a la contraparte para que opere como considere conveniente, obteniendo a cambio el debido reconocimiento y reservando siempre el sigilo y la secrecía.
Así, quienes han investigado desde adentro la dinámica profunda o quienes son analistas agudos y especializados, han “revelado” en innumerables ocasiones los pactos oscuros de los líderes de Nueva Izquierda con funcionarios públicos federales, gobiernos estatales y municipales o entre los liderazgos de los partidos políticos.
¿Con todo a favor de López Obrador o de las contrapartes? ¿Oposición o cogobierno?
Nueva Izquierda es ya la fuerza hegemónica en el PRD. Aún así, todavía no puede determinar su futuro a sus anchas, pues el liderazgo de López Obrador es todavía realmente existente. Y también existe el Jefe Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrad. Ciertamente, el liderazgo de AMLO es ya intolerable (como lo fue en su momento el de Cuauhtémoc Cárdenas) para Nueva Izquierda que intenta ahora convertirlo en desechable (como el de CCS), toda vez que es un obstáculo para avanzar hacia el siguiente gran objetivo: aceptar el “reto” de sus contrapartes de “cogobernar” al país, de graduarse, por fin, como la izquierda “nueva”, “moderna”, que no se opone sino que “coexiste” con sus contrapartes. Una izquierda verdaderamente asombrosa que logrará la unidad de los contrarios. La milagrosa síntesis equilibrada de lo contradictorio. A su juicio, la estrategia de oponerse, de ser oposición es una noción prehistórica, sin embargo preserva el principio de que el fin justifica los medios. ¿La ganancia? ¿El galardón?: una secretaría de Estado, de preferencia la Sedesol, viejo anhelo de los líderes de Nueva Izquierda. Desde ahí demostrarán que sin afectar la actual distribución desigual de la riqueza se puede reducir la pobreza. Y si son dos qué mejor. Pero, cómo lograr ese “civilizado” objetivo, ese asombroso milagro, con líderes como López Obrador y/o con movimientos sociales “incivilizados”?
Para encubrir ese objetivo, recientemente Nueva Izquierda lanzó un anzuelo para principiantes: se “redefine” como “la alternativa socialdemócrata, no radical, pluriclasista, dentro del espectro perredista.” Es una engañifa barata porque el programa del PRD es socialdemócrata, pluriclasista desde su origen. También ha promovido o dejado correr la especie de que sus oponentes internos, encabezados por AMLO, son meramente contestatarios, si no violentos, apegados a la tradición de la lucha de clases, que abrazan la doctrina de la eliminación del enemigo. No hay tal, el conservadurismo de López y Obrador, como veremos, tiene sus propias características.
[1] El proceso electoral de 2006 “ocultó” y “postergó” temporalmente esta realidad que venía de tiempo atrás; por cierto, generando la ilusión de que un triunfo en las urnas o, al menos, una copiosa votación (tal como sucedió) podría minimizar sino es que conjurar o redimensionar positivamente su crisis estructural e irreversible.
Escrito por: Bárbara Preciado Fuentes / Centro de Estudios sobre México
Tomado de: La red
Enviado por: Rodrigo Yañez Arostegui
Centro de Medios Libres Chihuahua
No hay comentarios:
Publicar un comentario