lunes, 17 de septiembre de 2007

Manifiesto de los pueblos de Morelos (Parte 1)

Visión profunda de nuestras tierras, cerros y aguas.

En nuestro principio están las bases de lo que actualmente somos. Nosotros, los pueblos de Morelos, herederos de los señoríos Tlahuicas, Xochimilcas y otros pueblos milenarios, así como de permanentes luchas de resistencia efectuadas durante la colonia y la Guerra de Independencia, somos los pueblos constructores de la Revolución Mexicana, herederos directos de Zapata y Jaramillo, pueblos que hemos librado una lucha incansable por la distribución de la tierra y el agua como base de nuestra libertad. Nosotros, los pueblos de Morelos, siempre hemos considerado a la naturaleza algo tan importante como nosotros mismos.

Nuestros padres y abuelos siempre tuvieron respeto y veneración por la tierra, el agua, el aire y el fuego. Por eso somos pueblos que sentimos y respetamos nuestro maíz, nuestros montes, nuestros días y noches, con todas sus estrellas. Las comunidades de Morelos acostumbramos desde tiempos inmemoriales hablar con nuestras aguas y venerarlas, con nuestro sol y nuestra luna. Son sagrados para nosotros los vientos, los puntos cardinales y todos los animales de nuestras tierras que nos acompañan como las hormigas, las chicharras, las polillas, los jumiles, nuestros perros y nuestras aves, como los píjolos, los tecolotes o los guajolotes.

Somos pueblos que respetamos y sentimos nuestras necesidades, muy especialmente la necesidad del agua. Hasta la fecha, nuestros pueblos conservamos este respeto profundo, aunque la religión, la economía y la cultura dominantes no nos permitan manifestar abiertamente, como gente del campo, nuestros sentimientos de respeto por la lluvia, por los cerros, por nuestras tierras y semillas.

La tierra nos da de comer, el agua nos da vida y alegría, mientras los cerros y sus selvas no sólo nos dan agua, sino también pinos, encinos, jacarandas, tabachines, casahuates, ceibas, bugambilias, nochebuenas y animales como el venado, el jabalí, mapaches, tejones, zorrillos, armadillos, liebres y conejos, ardillas, coyotes, comadrejas, cacomixtles, tlacuaches, murciélagos, chachalacas, urracas, zopilotes, auras y cuervos. Por eso los cerros son toda nuestra fortaleza.

En relación con nuestra madre tierra aprendimos a leer la niebla, el frío y el calor, los temblores ligeros de la tierra y los eclipses, aprendimos a interpretar el sonido de nuestros ríos o dialogar con el viento que sale de los pozos naturales y los ríos subterráneos. En el dialogo con nuestros recursos hemos aprendido a interpretar nuestros lugares, sus fenómenos naturales, y desde ahí, planear nuestras actividades del año.

Entendemos y veneramos la relación con nuestras tierras, aguas, y aires, porque mantenemos en pie nuestra organización colectiva, y sabemos que el día que esta muera, morirán cada uno de nuestros recursos. Por ello conservamos nuestras danzas. Porque en ellas no sólo llamamos al agua, sino que además nos prometemos a nosotros mismos no desintegrar nuestros grupos. Y mantener nuestra palabra como la verdadera ley que se debe cumplir.

Nuestras comunidades cuidan colectivamente sus tierras, para ello nuestros antepasados nos dejaron delimitaciones. O construyeron colectivamente tecorrales. Para guardar y defender las tierras de los robos y todo lo que altere nuestra paz. Para ello nuestros pueblos teníamos guarda bosques, guarda ganados, guarda tierras, y guarda cercas. Y por esta misma raíz cultural profunda, en Morelos los pueblos seguimos acudiendo a nuestras plazas cuando una amenaza a la colectividad es anunciada con el repique de las campanas.

Nuestros territorios y calendarios están llenos de lugares sagrados en los cuales colocamos cruces y recordamos los momentos sagrados, para los cuales realizamos ceremonias y danzas, recordándonos nuestro respeto y veneración por el agua, la tierra, sus semillas y nuestras comunidades.

Desde la colonia, pueblos indígenas como Xoxocotla fueron pueblos rebeldes, renuentes al proceso de evangelización. Xoxocotla que estaba en Pueblo Viejo, con la colonización se lo desplazó a Xochitepec, pero la gente se regresó, aunque ya no a Pueblo Viejo, sino a donde estaba el río, que es donde finalmente quedó. Y Xoxocotla, Alpuyeca, Atlacholoaya y Temimilcingo siguen siendo pueblos rebeldes porque mantienen en pie a sus dioses antiguos dedicados a la veneración del agua.

El agua todavía vive en el corazón de estos pueblos cuando en el día de la ascensión se veneran los cuatro puntos cardinales, el cielo y la tierra de la pequeña gruta sagrada de Coatepec, el Pozo del Padre, la Santa Cruz, las piedras en forma de mesa en el camino real a Santa Rosa Treinta y en un punto en el cerro de la tortuga. En sus ceremonias agradecen y fomentan colectivamente la experiencia de recibimiento. Porque danzando con las ramas agradecen con alegría del corazón el agua que reciben del cielo, las montañas, los bosques y las tierras. No en balde son pueblos que todavía distinguen el sabor sagrado del agua viva.

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