miércoles, 23 de septiembre de 2009

Los metales que nadie comerá


Nithia Castorena Sáenz

Septiembre 21, 2009

Alfredo Ornelas Hernández, gerente regional del Fideicomiso al Fomento Minero ha informado que este año Chihuahua ha recibido por parte del FIFOMI cerca de 80 millones de pesos.

El fideicomiso supone facilitar el acceso de recursos para los pequeños mineros, aunque obviamente sea casi imposible para ellos generar ganancias trabajando en los modos tradicionales y el recurso claramente no alcanzará para los yukles, la abertura de caminos y los miles de litros de cianuro de sodio que utiliza la minería a cielo abierto.

A cualquiera que se diga chihuahuense lo debería poner a temblar la información vertida por el señor Ornelas ya que, aún que Chihuahua haya nacido gracias a una actividad económica fundamentalmente minera no sobrevivió por cuestión de ella, sino que lo hizo gracias a que encontró otro modo de sobrevivencia, como la agricultura y la ganadería. De haber sido de otro modo, Chihuahua jamás habría existido como tal. La minería es inherentemente una actividad no sustentable. Aquello que se saca de la tierra no volverá a nacer, crecer, ni brotar, sino que se extingue perpetuamente.

Los métodos de extracción actuales, como el de tajo a cielo abierto, aseguran una ganancia para las compañías mineras siempre y cuando estas obtengan un promedio de un gramo de metal (oro/plata) por cada cuatro toneladas de tierra removida. Esto implica la desaparición de cerros completos, y en consecuencia de la flora y fauna que habitaban en ellos. Además este ras de suelo se puede lograr, gracias a la maquinaria moderna, en menos de una jornada. Las capas profundas de la tierra, de forma natural, contienen metales pesados como cadmio, zinc y plomo, que al ser removidas liberam estos metales al aire, al agua, a convivir con quienes andamos en la faz de estas capas y que no somos resistentes a ellos sino que se quedan en nuestro cuerpo, que no sabe qué hacer con ellos, llegando a provocar incluso cáncer.
Chihuahua actualmente, como hizo toda América Latina en la época de la colonia, está cambiando metales por cuentas de vidrio. Las compañías mineras llegan a las comunidades de la Sierra Tarahumara ofreciendo el espejismo del trabajo y la prosperidad. Nada podría ser más falso. Los trabajos que ofertan las compañías, principalmente de capital canadiense, son trabajos especializados que no ocupan a campesinos ni indígenas, y cuando lo llegan a hacer, lo hacen en los puestos menos cotizados, los de mayor trabajo físico, de mayor riesgo y menor sueldo.

Además estas compañías transnacionales trabajan con un modelo descentralizado aprendido del neoliberalismo, ya que subcontratan con compañías, que en la mayoría de los casos no son siquiera del estado, los servicios de construcción/apertura de caminos, asesoría ambiental, comedor, barrenación, disposición de desechos, etc. Las compañías que llegan de fuera traen a sus propios trabajadores que, como en el caso de Ocampo, multiplican exponencialmente los habitantes de un poblado que no estaba capacitado para proveer si quiera los servicios básicos de drenaje, colección de basura o abastecimiento de agua a ese nuevo número de personas.

Los agricultores del estado sobre llevan una verdadera lucha por sacar adelante sus siembras, batallando incluso por lo necesario (agua y energía) para sacar de la tierra los alimentos que ayuden al estado a sobrellevar esta severa crisis económica. Sin embargo, y con tal descaro, el aparato de gobierno destina ochenta millones de pesos para sacar de la tierra los metales que nadie comerá y que ni siquiera se quedarán en nuestro territorio.

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